martes, abril 01, 2008

LA OBRA ASCÉTICA DE SAN EFRÉN EL SIRIO (1)

El sitio web francés de información sobre la Ortodoxia, "L´Orthodoxie", viene tiempo publicando varios textos de la obra ascética de San Efrén el Sirio. Por mi parte, voy a traducir estos textos y los iré colocando en "De Ortodoxia" con cierta periodicidad.

Dice, comenta, "L´Ortodoxie" a propósito de estos textos:

Nos proponemos publicar cada semana un extracto de la obra ascética de San Efrén El Sirio, tomado de la PG de Migne y traducido por un monje. Esta publicación no tiene ninguna finalidad universitaria, pues está despojada de todo aparato crítico y no incluirá de ordinario comentario alguno. El texto nos parece inmediatamente comprensible y adecuado para servir a la edificación del lector, el cual tendrá la sola tarea de adaptar a su situación presente la enseñanza dada por San Efrén a los monjes. Aun más, esta adaptación no será necesaria más que a propósito de los aspectos prácticos, y no tanto para las exigencias espirituales que son idénticas para los monjes y para los laicos.

Unas palabras sobre el autor: Efrén El Sirio es el gran autor clásico de la Iglesia siria. Nacido en Nisibe en el año 306, se hizo diácono antes del 338 y lo siguió siendo toda su vida. Cuando los persas toman la ciudad de Nisibe el año 363, se exilió con los cristianos y partió con ellos para instalarse en Edessa bajo la protección romana. Fue a un tiempo exegeta, polemista, predicador y poeta. No hablaba el griego, pero sus obras fueron muy prontamente traducidas, sobre todo al griego, y, a menudo, “adaptadas”. Falleció hacia el año 373. El primer texto que proponemos lo presenta al término de su éxodo, llegando a la ciudad de Edessa.


Así pues, el primero de los textos lo dedica a una escena de la vida de San Efrén:


(1)


Efrén el Grande, de continuo ocupado en el pensamiento de Dios, y presentándose sin tregua a su espíritu el día próximo del Juicio, le agitaba por esta razón un duelo constante de sí mismo, había huido, como dice el salmista. Se había exiliado –apartando de sí todos los tumultos, todas las turbaciones y las conmociones de la vida mundana- para venir a residir en el desierto, yendo de un lugar a otro para provecho y edificación de las almas, ya que había sido movido por el Espíritu divino. Por una orden de Dios, a imagen de Abraham, deja un día el desierto que había convertido en su patria para alcanzar la ciudad de Edessa con una doble finalidad, la de venerar los lugares sagrados y las santas reliquias que se encontraban en ella y para encontrar allí a un hombre versado en las Escrituras del que recoger un fruto del conocimiento. Y esto, se lo pidió a Dios diciendo: “¡Oh! Jesucristo, Dueño y Señor de todos, júzgame digno de entrar en la ciudad de Edessa y de encontrar en ella un hombre tal que su conversación sea para mí provecho y edificación de mi alma”.

Después de haber rezado así, cuando hubo alcanzado ya las puertas de la ciudad y penetraba en ella, quedó absorto en sus pensamientos, preguntándose con una atención reconcentrada cómo podría encontrar a un hombre de tal naturaleza, qué género de petición le haría y el tipo de provecho que podría obtener. De esta guisa, sumergido en sus reflexiones, se encontró de súbito ante una mujer, que era también prostituta. Este encuentro era ciertamente la obra de Dios que, a menudo, de modo secreto e inefable, hace progresar una decisión por medio de la decisión opuesta. Así pues, cuando el venerable Efrén se vio confrontado imprevistamente con esta prostituta, le hizo frente, algo turbado, perplejo y conmovido en lo más hondo de su alma a un tiempo, puesto que no era lo que le había pedido a Dios en la oración que se había cumplido, sino más bien su absoluto contrario. Por su parte, la mujer, viéndolo mirarla de tal modo, le dedicó a cambio una mirada atrevida.

Después que, así, cada uno hubiera observado al otro durante un buen rato, el gran Efrén, queriendo que ella cambiase de actitud y volviese al pudor que conviene a las mujeres, le dice: “¿Pues bien, mujer? ¿No enrojeces de mirarme tan fíjamente?”. Ella le replicó: “Es justo que yo mire hacia ti, ya que es de ti y de tu parte que he sido requerida. En cambio, tú, no es hacia mí que debes mirar, sino más bien hacia la tierra de la cual tú mismo has sido expulsado”. Tan pronto como Efrén entendió estas palabras, agradeció sin demora a la mujer por los grandes y provechosos beneficios espirituales que había recibido de su réplica. Elevó también fervientes acciones de gracias a Dios que, a través de personas inesperadas, puede a menudo hacernos progresar y proporcionarnos beneficios más grandes que aquellos que habíamos esperado en un principio.

4 comentarios:

Rodríguez de Gurza dijo...

Precioso relato e interesnate reflexión.
Un abrazo en Xº.
Joan

Anastasio dijo...

Hola Joan, bienvenido:

En efecto, preciosa escena de la vida de San Efrén.

No obstante, no termino de estar del todo satisfecho con la traducción de la parte final del relato. No sé si se llega a captar con exactitud el mensaje.

Con afecto en Cristo:

Anastasio

Rodríguez de Gurza dijo...

Se capta perfectamente.
J.

Anastasio dijo...

Gracias Joan; me alegro de que así sea.