miércoles, abril 23, 2008

LA OBRA ASCÉTICA DE SAN EFRÉN EL SIRIO (6)

(6)



Así como Dios se muestra fiel a su palabra en estas realidades sensibles, así será Él en cuanto a los bienes a los cuales el alma aspira. Y si el mundo sensible ha de pasar cuando el Creador lo decida, la gloria de los santos, ella, no tendrá fin. Empleemos, pues, todo nuestro celo en producir dignos frutos del arrepentimiento por temor a que, excluidos de esta alegría, seamos entregados a las tinieblas eternas cuyo sufrimiento es intolerable. Y si esto te parece útil, entra en tu habitación, cierra puerta y ventanas, obstruye toda fuente de luz, y permanece largo tiempo en el interior. Conocerás así la experiencia de cuánto sufrimiento ocasiona la oscuridad.

Si el hecho, pues, de permanecer en tu habitación, sin tener que sufrir en ella tormentos y torturas y teniendo la posibilidad de salir de ella con facilidad, te causa tal dolor, ¿no estás en condiciones de concebir la severidad del castigo que infligen las tinieblas exteriores –allí donde se encuentran las lágrimas, el rechinar de dientes y el fuego inextinguible- a aquellos que han sido allí precipitados de una vez para siempre? Imaginemos qué vergonzoso será nuestro premio cuando, antes de sufrir las torturas, contemplaremos a los santos revestidos de la vestimenta de brillo indescriptible que se prepararon por sus buenas obras, mientras que nosotros nos veremos, no sólo privados de esta gloria chispeante, sino incluso totalmente ennegrecidos, sombríos y exhalando un olor fétido igual que las obras que realizamos aquí abajo, obras de tenebroso disfrute. Lloremos pues delante del Señor nuestro Dios para obtener su misericordia.

No luchamos por una fortuna que nos sea posible restablecer, no siendo ella perdurable. Es nuestra alma la que peligra: si la dejamos corromperse, no seremos capaces nunca más de devolverle su belleza, según lo que está escrito: “¿De qué le sirve al hombre, pues, ganar el mundo entero, si arruina su alma? ¿Y qué podrá ofrecer el hombre a cambio de su alma?” Meditemos también el ejemplo de los soldados de este mundo que, después de haber recibido de su soberano terrestre un sueldo miserable, se van con riesgo a afrontar la muerte a causa de su servicio. Cuánto más nosotros mismos que somos depositarios de tan grandes promesas, deberíamos consagrarnos totalmente a la obra de justicia, a fin de ser salvados en el próximo juicio y tener parte en los bienes incomparables. Además, reflexionemos sobre este hecho: nosotros no podemos soportar el ardor del sol ni la intensidad del calor. ¿Cómo, pues, resistiremos la del fuego eterno que arde sin cesar, sin apagarse jamás?

Y si lo quieres, amigo mío, experimenta con ello aquí y ahora, y aprenderás de este fuego a conocer el carácter insostenible de su castigo en el más allá. Enciende, pues, una lámpara y expón el extremo de tu dedo a la llama. Si eres capaz de contener el dolor, estarás posiblemente en condiciones de resistir el del más allá. Pero, si no eres capaz de resistir los sufrimientos de esa pequeña parte de ti mismo, ¿qué haremos cuando el cuerpo entero junto al alma sea arrojado a este fuego temible e inextinguible?

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