miércoles, noviembre 01, 2006

FAMILIA: PLANIFICACIÓN FAMILIAR Y ABORTO

[Por la siempre actual presencia de esta problemática en la sociedad, concretamente en el seno de las familias, y en los medios de comunicación, quería destacar hoy este texto que figura en la sección de "Cápsulas" de la página web de la parroquia de la Santísima Virgen María, de Santiago de Chile, dependiente del Patriarcado de Antioquía]


LA FAMILIA Y LA PLANIFICACIÓN FAMILIAR


Jesús mismo, en la víspera de Su muerte, en el solemne momento en que participó con sus discípulos en la última Cena, recordó el regocijo del nacimiento de un niño: “La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo” (Juan 16:21). Todos los padres notan que la angustia es totalmente olvidada cuando el niño llega, no es solamente el dolor físico de la madre, sino también todas las inquietudes humanas, la preocupación financiera que todos los hombres y mujeres sienten tan frecuentemente antes de tener niños. Todo esto se olvida totalmente cuando una nueva y pequeña criatura, desvalida y totalmente “tuya” aparece en la familia y necesita desesperadamente amor y atención.

Y por ello la actitud de Jesús hacia los niños: “Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 18:2-3). ¿Puede uno comprender plenamente el significado de esta advertencia del Señor - probablemente una de las más relevantes de todo el Evangelio - si uno, deliberadamente se priva de tener niños?

De hecho, el nacimiento de un niño y su posterior crianza es un gran regocijo y una bendición de Dios. No puede haber un matrimonio cristiano sin un deseo inmediato e impaciente de ambos padres de recibir y compartir esta alegría. Un matrimonio donde los niños no son deseados se funda sobre una defectuosa, egoísta y carnal forma de amor. En darle vida a otros, el hombre imita el acto creativo de Dios, si él rehúsa hacerlo, no solamente rechaza a su Creador, sino también distorsiona su propia humanidad; ya que no hay humanidad sin una “imagen y semejanza de Dios”, es decir, sin un deseo consciente o inconsciente, de ser un verdadero imitador del creador de vida, el Padre de todos.

Sin embargo, hemos visto (capítulo I) que una de las diferencias esenciales entre la concepción Judaica del Antiguo Testamento y el matrimonio Cristiano era que, para los antiguos Judíos, el matrimonio era sólo un medio de procreación, mientras que para los Cristianos, es un fin en sí mismo - una unión de dos seres, en el amor, reflejando la unión entre Cristo y la Iglesia. Y, ciertamente, ni en el Evangelio ni en San Pablo se encuentra la idea de que el nacimiento de un hijo “justifique” el matrimonio. Como tampoco se encuentra esa idea en la literatura patrística. En su magnífica Homilía 20 sobre la Epístola a los Efesios, San Juan Crisóstomo define matrimonio como una "unión" y un "misterio", y sólo ocasionalmente menciona el dar a luz.

Sobre este punto, hay confusión de pensamiento y práctica para los cristianos occidentales modernos; los comentarios de los medios de comunicación que frecuentemente deforman y mal interpretan las encíclicas papales que prohíben el control artificial de la natalidad a los católicos romanos, contribuyen escasamente a una posible aclaración.

El punto es que, hasta hace poco, el pensamiento Occidental sobre el sexo y el matrimonio era entera y casi exclusivamente dominado por la enseñanza de San Agustín (+ 430). La peculiaridad del punto de vista de San Agustín fue que él consideró el sexo y el instinto sexual como el canal mediante el cual la culpabilidad por el “pecado original” de Adán es transmitido a su posteridad. El matrimonio, por lo tanto, era en sí mismo un pecado pues presupone sexo, y podría justificarse únicamente “mediante el nacimiento de un niño”. Consiguientemente, si el nacimiento es prevenido artificialmente, la relación sexual - inclusive en el matrimonio lícito- es fundamentalmente pecaminosa.

La Iglesia Ortodoxa - como hace la Católica Romana - reconoce la santidad de San Agustín, pero su autoridad doctrinal en la Ortodoxia está lejos de ser tan absoluta como es usada en Occidente. Y aún cuando, en la literatura monástica Cristiana Oriental, el sexo es algunas veces identificado con el pecado, la Tradición general de la Iglesia retiene muy firmemente las decisiones del Concilio de Gangra, que radicalmente rechaza la opinión que condena al matrimonio. Seguramente si el instinto sexual - en su forma “caída” y pervertida - se conecta frecuentemente con el pecado, no es el único canal mediante el cual se expande la maldad a lo largo de las generaciones humanas. El matrimonio en sí mismo es un sacramento; es decir, en las relaciones hombre-mujer, éste está siendo redimido por la Cruz de Cristo, transfigurado por la gracia del Espíritu, y transformado por el amor en una unión eterna.

Si sexo es igual a pecado, y si el nacimiento de un niño por si solo puede aliviar la culpabilidad, ambos el matrimonio y la procreación no son mejores que un pobre sustituto para el único ideal cristiano, el celibato. Estos no tienen un significado Cristiano positivo en sí mismo; y por lo tanto las relaciones maritales que evitan el nacimiento de los hijos son claramente pecaminosas, todo esto si uno adoptara solamente el punto de vista de San Agustín sobre sexo y matrimonio. Aún cuando la encíclica papal Humanae Vitae, prohíbe el control de la natalidad artificial, no está basada en San Agustín, sino que acentúa el interés positivo en la vida humana, permanece en las ideas sobre la maldad del sexo que dominaron el pensamiento Católico Romano en el pasado e indirectamente, impiden el liderazgo contemporáneo de un cambio de actitud hacia el control de la natalidad. ¿Cómo se puede contradecir una norma enseñada por tantos años?

La Iglesia Ortodoxa, por su parte, nunca se ha encargado formal y oficialmente de este el punto. Esto no significa, sin embargo, que las preguntas sobre el control de la natalidad y la planificación familiar son indiferentes a los Cristianos Ortodoxos y que su compromiso Cristiano no tenga implicaciones prácticas en este punto. Como hemos mostrado anteriormente, este compromiso Cristiano implica la creencia de:

- Que el nacimiento de un niño es el natural, santo y un elemento necesario en el matrimonio Cristiano.

- Que dar vida es un privilegio del hombre semejante a Dios, y que por lo tanto él no tiene derecho a rehusarse si quiere conservar “la imagen y semejanza de Dios” dada a él en su creación.

La encíclica papal Humanae Vitae incluye remarcables declaraciones en ambos puntos y, por lo tanto, no debería desecharse simplemente porque es papal.

Sin embargo, el punto de planificación familiar tiene también otros aspectos, que son reconocidos ampliamente y discutidos hoy. Por ejemplo, si la “vida” dada por los padres a sus niños debe ser una vida totalmente humana, no puede comprender únicamente la existencia física, sino también el cuidado paternal, educación y una vida decente. Cuando los padres engendran niños, deben estar listos para cumplir todas estas responsabilidades. Hay obviamente situaciones económicas, sociales y sicológicas en las cuales no se puede dar garantía en este respecto. Y hay a veces una cierta certeza de que los niños recién nacidos vivirán en hambre y miseria psicológica.

En esas situaciones, las diversas formas de planificación familiar, tan antiguas como la humanidad misma, han sido conocidas siempre por hombres y mujeres. La continencia total es una manera radical de control de la natalidad; ¿Pero es verdaderamente compatible con la vida del matrimonio? Y ¿no es continencia en sí misma un tipo de limitación del poder dado por Dios para perpetuar la vida? Sin embargo, ambos el Nuevo Testamento y la tradición de la Iglesia consideran la continencia como una forma aceptable de planificación familiar. La reciente enseñanza Católica Romana también recomienda la continencia por períodos, pero prohíbe los medios “artificiales”, tales como la “píldora”. ¿Existe una diferencia verdadera entre los medios llamados “artificiales” y los considerados “naturales”? ¿Es la continencia realmente “natural”? ¿No es cualquier control médico de las funciones humanas “artificial”? ¿Debemos entonces condenarlo, como pecado? Y finalmente, una seria pregunta teológica: ¿algo “natural” es necesariamente “bueno”? Inclusive San Pablo vio que la continencia podía conducir a “quemarse”. ¿No es la ciencia capaz de hacer del nacimiento algo más humano, controlándolo, tal como lo hace con el hábitat, la salud y alimentación?

La condena estricta del control de la natalidad fracasa en dar respuestas satisfactorias a todas estas preguntas. Nunca ha sido avalada por la Iglesia Ortodoxa como una totalidad, aún cuando, a veces, las autoridades locales de la Iglesia pueden haber emitido declaraciones sobre la materia idéntica a las del Papa. De todos modos, nunca ha sido la práctica de la Iglesia dar una guía moral, fórmulas o estándares que sostengan la validez universal sobre preguntas que realmente requieren de un acto personal de conciencia. Hay formas de control de la natalidad que son aceptables, e inclusive inevitables, para ciertas parejas, mientras otros preferirán evitarlas. Esto es particularmente cierto sobre la “píldora”.

La pregunta del control de la natalidad y de sus formas aceptables puede ser únicamente resuelta por cada pareja Cristiana en forma individual. Ellos pueden tomar la decisión correcta sólo si aceptan su compromiso cristiano con seriedad, si ellos creen en la providencia de Dios, si evitan tener demasiada preocupación en la seguridad material (“no os hagáis tesoros sobre en la tierra” Mateo 6:19), si se dan cuenta de que los niños son una gran alegría y un regalo de Dios, si su amor no es egoísta y ego centrista, y si recuerdan que el amor reducido al placer sexual no es amor verdadero. Por ejemplo, en la opulenta sociedad estadounidense, no hay prácticamente ninguna razón para evitar tener niños en los dos primeros años de matrimonio. De todos modos, el consejo de un buen padre confesor podría ayudar mucho en tomar el correcto “primer paso” en la vida marital.



XIV. EL ABORTO



Siguiendo las Escrituras, la ley canónica Ortodoxa formalmente identifica aborto con asesinato y requiere la excomunión a todos los involucrados: “Aquellos que den drogas que propendan a un aborto y aquellos quienes reciben veneno para matar al feto se someten a la penalidad del asesinato” (Sexto Concilio Ecuménico, canon 91).

En su canon 2, San Basilio el Grande específicamente excluye cualquier consideración que permita abortar en el período temprano de embarazo. “Aquella que intencionalmente destruye al feto sufrirá la penalidad del asesinato, y no hay ninguna distinción con respecto a si el feto está formado o no”.

La disciplina punitiva de la Iglesia temprana admitía que los “asesinos” pudieran recibir la Santa comunión únicamente a la hora de su muerte, si estaban arrepentidos. Sin embargo, hubo excepciones. El concilio de Ancyra específicamente permite algunas excepciones para los involucrados en el aborto: “Concerniente a las mujeres que cometen fornicación y destruyen lo que han concebido o quienes son empleados en la producción de drogas para el aborto, un decreto pasado las excluyó hasta la hora de su muerte, de la Santa Comunión. No obstante, siendo deseosos de usar cierto grado de indulgencia, ordenamos que ellos cumplan diez años (de penitencia)...” (Canon 21).

A fin de comprender totalmente la posición de la Iglesia Ortodoxa sobre el asunto del aborto, uno puede referirse a la solemne celebración de la Iglesia, de la fiesta de la Concepción de San Juan Bautista (Septiembre 4), la Concepción de la Theotokos (Diciembre 8) y desde luego la fiesta de la Anunciación (Marzo 25), cuando Cristo mismo fue concebido en el vientre de la Virgen. La celebración de estas Fiestas claramente implica que la vida humana - en este caso, la vida de Juan, de la Theotokos, y de Jesús, como Hombre - comienza en el momento de la concepción y no después, cuando, supuestamente, el feto llega a ser “viable”.

Si uno permanece en la perspectiva Bíblica y Cristiana, no hay manera de evitar el hecho de que el aborto es una interrupción de la vida humana, este no puede de ninguna manera ser justificado por los argumentos que se aceptan tan comúnmente en nuestra sociedad permisiva y secularizada: el malestar físico o psicológico de la madre, superpoblación, problemas económicos, inseguridad social, etc. Estos son desde luego males que necesitan ser curados, pero la cura no puede lograrse matando víctimas inocentes, que poseen una plena potencialidad para una vida humana normal. Si el aborto se acepta, como un procedimiento normal para encarar los males de la sociedad, entonces no hay estrictamente ninguna razón por la cual la matanza podría aceptarse como una “solución” en otras situaciones, particularmente en la enfermedad o vejez. Si al enfermo “terminal” (y la gente anciana es generalmente “terminal”) se le pusiera libremente término a su vida, que descanso psicológico para aquellos responsables sicológica y materialmente de su continua existencia, ¡Pero que horrorosa y totalmente inhumana perspectiva de la sociedad! Y asusta bastante descubrir que cerca estamos de su realización.

Para los cristianos, matar siempre es malo en cualquier circunstancia en que ello ocurra, no estando excluida la guerra. San Basilio el Grande pide que los soldados que se hayan involucrado directamente en matar a alguien durante la guerra, hagan una penitencia de tres años (canon 13). Sin embargo, por no condonar el total pacifismo (aunque lo admite a veces), la Iglesia reconoció que matar en la guerra no es totalmente idéntico a asesinar ya que esto ocurre (por lo menos, en un principio) para salvar otras vidas. En otras instancias, cuando un homicidio ocurre en defensa de una vida inocente, esto no puede verse, estrictamente hablando, como asesinato. Sin embargo, la actitud de San Basilio hacia los soldados indica que aun en este caso, asesinar esta mal, aún cuando posiblemente es un mal menor que una aceptación pasiva de la violencia por otros. Por analogía, uno puede considerar que en un caso extremo (y muy raramente) cuando se interrumpe la vida del feto únicamente para salvar la vida de la madre, puede también considerarse “un mal menor”. Sin embargo, en estos casos, la horrible responsabilidad de la decisión debe ser tomada con el total conocimiento del hecho que matar sigue siendo matar.

Los Cristianos Ortodoxos poseen una guía clara de su Iglesia sobre este funesto problema, por lo que sus propias responsabilidades familiares y personales están comprometidas. Ellos también ciertamente se opondrán a la legislación que legaliza el aborto, ya que ésta es una señal clara de deshumanización y cinismo de nuestra sociedad. Ellos recordarán, sin embargo, que una posición moralmente válida contra el aborto implica un cuidado especialmente responsable de los millones de niños en la miseria, hambrientos, sin educación e indeseables que vienen en el mundo sin una seguridad de vida razonable.

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