sábado, junio 28, 2008

MENSAJE DEL CONCILIO EPISCOPAL A TODOS LOS FIELES HIJOS DE LA IGLESIA ORTODOXA RUSA

¡Queridos padres presbíteros, venerables diáconos, monjes y monjas, piadosos fieles, a todos vosotros los hijos bienamados por nuestra Santa Madre, la Iglesia Ortodoxa Rusa!

El santo Concilio Episcopal que se ha reunido del 24 al 29 de junio 2008 en la ciudad de Moscú les dirige las palabras del saludo apostólico: "¡ gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro" (2Tm 1, 2)!"

El presente Concilio Episcopal está marcado por una fecha simbólica. Este año, celebramos el 1020 aniversario de la conversión de nuestros antepasados a la Santa Ortodoxia y de su adhesión al pueblo de Dios en el baptisterio de Kiev, gracias a los esfuerzos de Santo y Gran Príncipe Vladimir de Kiev.

Aunque más de mil años hayan transcurido desde la cristianización de Rusia, los deberes de nuestra Iglesia permanecen inalterados. Como antes, está llamada a santificar y a transfigurar este mundo conduciéndolo hacia la unidad con su Señor y Salvador y a transmitir a la comunidad humana los frutos vivificantes del Espíritu Santo: "caridad, alegría, paz, magnanimidad, obsequiosidad, bondad, confianza en los otros, dulzura, templanza" (Ga 5, 22-23).

A pesar de las numerosas tentaciones y de los obstáculos, los hombres continúan buscando a Dios, a veces inconscientemente, y el tercer milenario, como los siglos precedentes, nos revela el valor eterno de la Buena Noticia del Cristo.

Este Concilio Episcopal ha elevado a la veneración de toda la Iglesia a varios santos, canonizados antes localmente. Vivieron en épocas diferentes y alejados los unos de los otros, pero manifestaron al mundo la victoria del anuncio evangélico y la destrucción del pecado y de la muerte por el Salvador resucitado. Son San Antonio (Smirnitski) de Voronej, San Juan (Maximovitch) de Shanghai y de San Francisco, las Santas Juliana, higúmena, y Eupraxia, monja, de Moscú.

Este año es marcado por otra fecha: el 90 aniversario del martirio de la Familia Imperial. Rindiendo homenaje a los reales mártires, debemos sacar de su veneración la fuerza y el coraje e imitar su fe, contemplando la humildad y la dulzura con las cuales hicieron frente al mal. Estamos convencidos que la sociedad y el Estado actuales deben ofrecer una valoración ética del crimen cometido en 1918.

La comunión del episcopado, del clero y de los fieles hecha posible gracias al restablecimiento el año pasado de la unidad de la Iglesia Rusa es un ejemplo magnífico del apoyo mutuo y del amor fraternal. Puedan la alegría y el bien espiritual encontrados en las oraciones y en las obras comúnes ser la garantía y el fundamento de la unidad inquebrantable de la Iglesia, a pesar de todas las pruebas y las disputas, suscitadas por el enemigo del género humano que procura dividir el Cuerpo único de Cristo. Nuestra Iglesia comprende a personas de nacionalidades, de generaciones y de culturas diferentes. Muchos mantienen concepciones divergentes de ciertos aspectos de la vida eclesiástica. Sin embargo, están presentes en nuestro espíritu las palabras del Señor: "sean uno, como tú, Padre, estás en mí, y yo en ti" (Jn 17, 21). Que ni las fronteras, ni las diferencias humanas, ni las divergencias de puntos de vista -naturales entre los cristianos- puedan separarnos. El santo apóstol Pablo escribe en efecto: "que todo pase en vuestra casa en la caridad" (1Co 16, 14). Que el amor fraternal anime todas nuestras discusiones y toda nuestra vida.

El camino por el cual somos llamados a seguir al Señor y Salvador es difícil y exige por parte de los discípulos del Cristo una fidelidad firme en la fe. La verdad divina no es siempre percibida positivamente por el mundo que yace en el dolor. En efecto, según las palabras de las Santas Escrituras, "nosotros predicamos a un Cristo crucificado: un escándalo para los Judíos y una necedad para los paganos" (1 Co 1, 23).

La noción de los derechos del hombre está en el origen de las leyes y de la política de numerosos Estados. Algunas veces, esta noción es utilizada para la justificación del pecado y para la marginación de la religión en la vida de la sociedad. Sirve a veces para privar a personas de la posibilidad de vivir según sus convicciones religiosas. El concilio expuso la visión ortodoxa de esta noción, adoptando los Fundamentos de la enseñanza de la Iglesia Ortodoxa Rusa sobre la dignidad, la libertad y los derechos del hombre. Este documento subraya particularmente el vínculo inseparable entre los derechos del hombre de una parte y los valores éticos y la responsabilidad de la persona hacia Dios y hacia otros hombres por otro lado.

Por su naturaleza, la Ortodoxia no es una ideología, ni una forma cultural, ni un programa de ninguna formación política cualquiera que esta sea, sino el modo de vida en Cristo que está manifestado en el Evangelio: "soy el camino, la verdad y la vida " (Jn 14, 6). No debemos olvidar que el cristiano debe buscar ante todo "el Reino de Dios y su justicia" (Mt 6, 33). Debe actuar en el mundo fundándose esta esta concepción de la vida cristiana.

Siguiendo firmemente los principios del Evangelio, la Iglesia permanece inquebrantable en su ministerio y evita todo extremo. Los pastores y los fieles deben evitar el autoaislamiento y no esquivar los desafíos que nuestra época enfrenta a la Ortodoxia. Debemos evitar por otro lado la adhesión silenciosa al "espíritu de este siglo " (cf. 1Co 2, 12) para no encontrarnos bajo su influencia. El Concilio Episcopal exhorta a todo el pueblo de Dios a compartir el mismo espíritu, a permanecer firme en la fe y a vivir según el Evangelio, para que viéndonos, todos glorifiquen a nuestro Padre celeste (cf. Mt 5, 16).

El concilio se dirige con amor paternal a todos los cristianos ortodoxos que no resistieron a la tentación de la división y se encuentran fuera de la Iglesia Santa, Católica y Apostólica, siguiendo a falsos pastores. Fiel al mandamiento del Salvador de perdonar al que se arrepiente, la Iglesia está dispuesta a recibir con dulzura y humildad a todos los que, volviéndose de nefastas comunidades cismáticas, acudirán hacia su seno maternal.

Para preservar la unidad, la paz, la concordia y la disciplina en la Iglesia, el Concilio ha decidido recrear los tribunales eclesiásticos que están llamados a velar por la pureza de la fe, por el ordenamiento canónico y por la fidelidad a los principios éticos de la Ortodoxia.

Rezamos para que cada uno de nosotros alcance el conocimiento pleno de la voluntad de Dios, "con toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, propiciando buenas obras y creciendo en el conocimiento de Dios" (Col 1, 9-10).

Les dirigimos queridos padres, hermanos y hermanas, las palabras de alegría y de esperanza:
"¡Que el Dios de la paz, que devolvió de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas en virtud de la sangre de una Alianza eterna, os disponga con toda clase de bienes para el cumplimiento de su voluntad, realizando él en nosotros lo que es agradable a sus ojos, por mediación de Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos". (Heb 13, 20-21).


Concilio de Obispos de la Iglesia Ortodoxa Rusa
Catedral de Cristo Salvador, Moscú - Viernes, 27 de junio de 2008

[Fuente: Egliserusse.eu]

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