No busquemos en la oración más que la llegada de Dios.
¿Acaso no empleamos todo nuestro cuerpo en el trabajo? ¿No colaboran todos nuestros miembros? Pues que nuestra alma también se consagre a la oración y al amor del Señor: que no se deje distraer ni importunar por los pensamientos, que sea una plena espera de Cristo.
Entonces Cristo la iluminará, le enseñará la verdadera oración, le dará (...) la adoración `en espíritu y en verdad´(Jn 4, 24).
El Señor descansa en el alma ferviente, hace de ella su trono de gloria, se sienta en él y allí permanece. El profeta Ezequiel habla de los cuatro vivientes, enganchados al carro del Señor. Dice que tenían innumerables ojos; como el alma que busca a Dios; o, mejor dicho, como el alma que, buscada por Dios, es sólo mirada".
Pseudo-Macario; Homilía treinta y seis (pg 34, 741).
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